miércoles, 21 de septiembre de 2011

PRAHA



PRAGUE

Me levanté temprano y cogí el metro que me llevó directamente a Pratern. Reservar los billetes y el hostal dos días antes fue todo un desafío. Páginas web en Checo, en alemán y un sinfín de complicaciones. Menos mal que el resto de amigos estaban allí también y pudimos solucionarlo. Por el módico precio de 29 euros puedes conseguir un billete de autobús (ida y vuelta) desde el centro de Viena al centro de Praga. La duración es de 5 horas y te tratan como a una reina. Bebida caliente durante el trayecto y una pantalla individual en cada asiento con películas, series, música y canales de televisión. Ya podrían aprender de la agencia esta, otras como ALSA o AUTORES…

Una vez en Praga lo primero que hicimos fue cambiar los euros por coronas checas. El cambio salía realmente bien: 1 euro =25 coronas. Luego cambié otros 20 euros en el centro y me timaron porque me la cambiaron 1 euro a 17 coronas… ¡Pero qué le vamos a hacer! Los checos son raros. Cogimos el sencillo metro y en 2 paradas nos situamos en Sokolska, la calle donde estaba el hostal. Era feo y sucio en algunos aspectos pero en el fondo me gustó porque tenía un ambiente joven y mochilero. Me sorprendió la cantidad de personas que viajan solas con su mochila y se recorren tantos países.

Visitamos la pequeña Praga: MUSTEK, La avenida de Wenceslao coronada por el museo nacional, la plaza de la ciudad vieja (Staromestke Namesti), la callejuela Melantrichová, el antiguo ayuntamiento con su reloj astrológico dando las horas y unas cuantas figuras animando la hora punta. También el barrio Judío, lleno de Sinagogas y callejuelas mágicas, su cementerio misterioso lleno de lápidas apelmazadas que le dan un aspecto más tétrico. Los puestos del centro, el vino llamado Burcar con un sabor especial y dulce, el gentío y los turistas del fin de semana. Continuamos con el puente de Carlos, el más famoso de Praga, un espectáculo de gentes y comercios al aire libre. Estatuas barrocas de santos a cada lado del puente le otorgan una importante seña de identidad. Cruzamos el río Moldava para adentrarnos en Mala Strana, otro barrio digno de ver. La iglesia de San Nicolas, el teatro nacional que se aprecia desde el puente y terminando con el castillo de Praga y la catedral de San Vito. El paseo por toda esa zona es encantador y está lleno de detalles. Todas las calles son de piedra y la ciudad se antoja mágica y acogedora, con edificios coloridos y viejos que le daban un encanto especial. No olvidamos tampoco el Callejón de Oro (Zlatá Ulicka), un conjunto de diminutas casitas pintadas en colores vivos que rompen con la monumentalidad del entorno. Un lugar donde vivían los orfebres de la corte y que Franz Kafka habitó durante un año. Horas de caminata que nos ayudaron a conocer todo lo turístico de Praga.

Mi contacto con la comida checa fue un fracaso. Me dejé casi todo el plato… Cerdo, repollo y un pan lleno de especias. Pero restaurantes no faltan por la ciudad y el precio sigue siendo muy accesible.

Desde aquí os recomiendo una visita a esta ciudad para aquellos que nunca habéis estado. Una ciudad de músicos, encanto, majestuosidad, cultura y detalles en cada esquina.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Le fabuleux destin

Dos semanas y me siento totalmente asentada. La profesora de “Cross cultural management” habla sobre los choques entre culturas y las sensaciones desagradables que nos podemos encontrar al llegar a un nuevo país, pero yo todavía no me he cruzado con ninguna.

Las clases empezaron el Viernes. Un poquito de alemán para refrescar la memoria del curso anterior. No me defiendo mal, aunque siempre intercambio los verbos de lugar y mi diccionario me acompaña a todas partes. Por las demás son todas en inglés y son muy prácticas. En cada clase hay que exponer y eso hace que luego recuerdes mejor la teoría.

Sigo sola en el piso, mis dos compañeras portuguesas no han dado señales de vida y no creo que lo hagan tampoco en los próximos quince días, con lo cual estoy a gusto aunque un poco sola. Aunque lo de sola es relativo, aquí te pasas el día rodeada de gente de todos los lugares del mundo.

Fiesta por todos lados y bebidas con precio de ganga en los bares para Erasmus, que oscilan entre los 0,50 euros si llegas durante la primera hora y 1,90 en las horas siguientes. Mil puestos de comida rápida por todas partes (a los cuales ya les tengo manía porque en los momentos de hambre absoluta te atraen como imanes). ¿He dicho comida? Comida… Creo que esa es de las peores cosas del Erasmus. Me siento perdida cuando hago la compra y todo me parece repetitivo. Y cuando llegas a casa no sabes que hacer o tienes los horarios descolocados, pero supongo que solo es porque es el principio.

Las sensaciones se multiplican cada día. Esto y lo otro y mil cosas más. Pero me siento realmente feliz.

No he vuelto a hacer más turismo desde la primera semana, pero tengo tiempo suficiente para recorrer las calles de esta increíble ciudad. Y qué mejor comienzo de fin de semana que PRAGA: ¡Allá vamos!

sábado, 3 de septiembre de 2011

La bola de cristal



Tengo los ojos llorosos… un, dos, tres (respiración profunda), un, dos, tres (respiración profunda). Al final estallo.

Ahora sí que sí no hay vuelta atrás. Comienza la aventura. Mi madre se marcha con eso que los americanos llaman “síndrome del nido vacío”…

Viena es mucha Viena: muchas iglesias, muchos castillos, muchos museos, muchos tranvías, muchas calles anchas y pocas calles estrechas como las del centro de Madrid. Que nombre Madrid no significa que lo eche de menos (a estas alturas todavía no está permitido echar de menos).

Amanece temprano y anochece temprano. Y aquí sí que funciona eso del refrán (a quién madruga…) porque todo abre pronto, muy pronto diría yo. Así que a las 7 a.m entra un sol espléndido por la ventana. Tampoco hay persianas, solo un estor plateado asique el querido Lorenzo me ayuda con el madrugón. La habitación es amplia, sencilla y moderna y huele a croissant recién hecho. La cocina es naranja y tiene lo esencial. He escogido una balda para mis víveres que por ahora consisten en pan bimbo, pasta, cereales, alguna galleta y caprichos… Billa (el “super”) me espera con sus puertas abiertas para hacer la compra del mes.

Camino unos cuantos metros para llegar al tranvía 49. Es rojo y blanco y tiene forma redonda. La forma y el material de los asientos le dan un encanto especial. Las paradas son fáciles y es difícil equivocarse. Cinco minutos después me hallo en pleno centro de Viena. Volkstheater para ser más exactos. A la derecha el Quartier Museum y de frente y a la izquierda el Parlamento, el Ayuntamiento y un sinfín de edificios y palacios importantes. Todo es arquitectura y riqueza arquitectónica. Es una ciudad joven y elegante.

No me gusta que el café sea tan caro. Hay rincones increíbles para sentarse y disfrutar de una taza de café acompañada (curiosa y ciertamente en todos lados) por un vaso de agua fresca. Pero ese momento del día que tanto me gustaba tendrá que pasar a un segundo plano… ¡Qué decir de los restaurantes! Todavía no he encontrado ningún menú del día que incluya la bebida y el postre. Ni creo que lo encuentre por ahora.

Los Austriacos… hay de todo. Pero es gente fría por lo general. Hablan inglés sin problema pero yo hago todo lo posible por hablar alemán en las tiendas y en la calle. Mi diccionario de bolsillo y mi cuaderno me acompañan a todas partes.

Viena me espera para mostrarme todo su encanto.