domingo, 30 de mayo de 2010

ocho

Se subió al coche, vacía. Llena de lágrimas que luchaban por acumularse en sus cansadas pupilas. Mientras, le observaba alejarse cabizbajo, derrotado tras una noche en vela y una mañana ahogada en el sofá estampado, mirando al vacío, intentando no caerse.

Se había despedido con un adiós. Un adiós poco corriente con el que nunca dejó claro cuales serían sus destinos, cuándo sería la próxima vez que volverían a encontrase, que sus miradas se cruzaran encendiendo esa llama especial y sus cálidas manos se entrelazaran al compás. Todo quedó en duda.
No supieron si volverían a rozarse desnudos de madrugada, depositando toda la confianza el uno en el otro. Dejando al descubierto cada defecto, cada fallo que al mostrarse se volvía virtud. Ella estaba segura. Habían sido los días más intensos de su no larga vida. Días de sonrisas y lágrimas, cargados de emociones inexploradas que solo ellos conseguían entender. Pero aquél día todo había cambiado, aunque alomejor no para siempre.

El aire fresco acariciaba sus pies vestidos con sandalias negras de charlo. Tenía las piernas cruzadas y saboreaba los restos de café mientras esperaba el próximo tren. El bar estaba ahora más vacío pero el bullicio no había cesado. A pesar de todo el ruido escuchaba el latir fuerte de su corazón, que lo buscaba en vano. Una carrera con su mente, con sus sentimientos que ahora habían hecho del chico raro, el protagonista de sus fantasías. Fantasías que se hicieron realidad un caluroso mes de Agosto. Más aún cuando hacían el amor... cuando los dos cuerpos juntos parecían uno solo.